Nada más espiritual

Más allá de la alegría y la tristeza,

más allá del placer y el dolor.

Igualador como la muerte:

nada más espiritual.

Sin atavismos ni protocolos,

sin parentescos afectivos claros;

entre aluviones de desarraigados

que confluyen en poblados valles,

su hálito hiere y adhiere

la carne humana

cuya calidez se desvanece.

Nada más espiritual.

Más allá de ideas, costumbres

y personas acecha siempre

lo sagrado. En cantidades puras,

abstractas…

encumbra, disecciona y arruina.

Consume la causa y el fin.

Nada más espiritual.

Se infiltra entre nosotros

sin sabores ni olores,

sin caricias ni miradas.

Sus cifras incorpóreas

y etéreas trascienden

los sentidos,

fluyen allende los océanos;

cambian de forma y nombre.

Nada más espiritual.

Idealizamos su soplo

de posibilidad y transformación

de la materia mientras Él se compra

y se vende a sí mismo.

Es aliento vital que colma,

legisla y dirige nuestro universo.

Nada más espiritual.

Con frenesí y ascetismo,

lo amamos con aparente recato

(en deliciosa promesa

de lo que está por llegar)

pese a su vocación impía, devastadora

y absorbente.

“Fe” y “crédito” son palabras sinónimas.

Nada resulta más espiritual.