Autobiografía

Esta no es más que una historia

retrospectiva,

como la de cualquier otro

individuo.

Recuerdo que cuando era

más joven fui un pez luchador

de Siam.

Me pasaba el día hinchando las agallas

y empinando corpulento

las aletas

ante mis adversarios.

Aquellos enfrentamientos eran

la sal de la vida,

solía erguirme y erizar las

pestañas.

En los principios de los otoños

me desempeñaba como ciervo rojo,

emitía estridentes y guturales

berridos de reclamo.

Con qué dedicación marcaba

el territorio

con heces, orina o

secreciones de glándulas;

aunque casi nunca

lograba el ansiado efecto.

Cuando fracasaba,

había que seguir intentándolo y

como un topo

me dedicaba a golpear

con la cabeza el techo de

los túneles.

Con el paso de los años,

me trasladé a las marismas,

donde ejercí

de cangrejo violinista

(bastante gregario, por cierto).

Me pasaba el día

zarandeando los vivos colores

de mi pinza mayor

sólo para atraer a las

hembras.

Hasta que me cansé de

esconderme

en el cieno ante la menor señal

de peligro.

Ahora ando por ahí

de chotacabras,

mostrando una ala herida

para despistar,

para que los depredadores

más eficientes que yo

se apiaden de mí, o para

que polillas

y luciérnagas distraídas

se dejen devorar.

Como pueden ver, la mía

ha sido una existencia plena,

prolífica y emancipada.

He viajado por maravillosos

e impredecibles caminos.

No obstante, a veces me

pregunto

si yo hinchaba las agallas,

berreaba, pegaba cabezazos,

agitaba la pinza,

me escondía y mostraba

el ala herida

comprendiendo bien

los motivos de mi

necesidad.

Me pregunto si todo esto

no es más que una mentira.

Me pregunto si, en realidad,

sólo he sido un escarabajo

iluso y nadador

en mi credulidad de

haber escogido

el agua que me arrastró

por un torrente

en cuya orilla estoy,

ahora mismo,

escribiendo.