Alambre de púas

Las vacas,

bóvidos ignorantes,

habitualmente impasibles, son ballenas de las praderas.

Las cercan acantilados

de arbustos

y alambres de púas que las sujetan.

Aceptan las vacas su destino,

comen pasto enfardado y

beben agua de pozo; aceptan estos cachalotes de superficie ser bocado de la tierra; asienten, ante el alambre de púas su derrumbarse, su sumergirse.

Parece que todo queda predestinado

a encerrarse en unos límites.

Y mientras tanto yo,

en la lejanía de mi torpeza,

no sé llegar hasta ella.

(Los dos contemplamos, en el mismo

balcón, la estela del cometa mientras

los niños duermen.)

¿Le llevarás mi abrazo?,

¿me traerás a mí una caricia suya?

Parpadean las estrellas,

sopla el viento frío…

(Aceptamos el cotidiano peso

que nos liga a la tierra).

Alambre de púas: barato como el polvo,

liviano como un suspiro y dañino…

como cualquier veneno.