El funeral de Miguel Uribe
- acueval83
- 17 ago
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El funeral fue una ópera menor en la gran temporada bogotana, un escenario de terciopelo rancio donde se citaron los mismos nombres de siempre, los mismos apellidos que atraviesan la historia nacional como un barco herrumbroso al que nadie sube sin invitación.
Hubo coronas de flores que parecían editoriales de periódico, campanas doblando como columnas de opinión y un incienso solemne que olía más a notaría que a santidad.
Allí estaba el país oficial, con sus trajes grises, sus corbatas como látigos de seda y sus viudas políticas que nunca llevan luto porque lo suyo es la campaña perpetua. Allí estaban también los próceres del dolor, los ministros en excedencia, los senadores de mármol y la prensa, esa prensa que fotografía lágrimas como si fueran cheques al portador.
Y el finado, claro, que ya no era un hombre sino un apellido, un linaje que había aprendido a morir con buena letra. Miguel Uribe, tan joven todavía, tan antiguo en su prosapia, fue despedido con palabras que parecían testamentos, y no faltó quien hablara de su futuro, como si la muerte fuese solo una pausa administrativa.
Porque Colombia es eso: un país que no entierra cuerpos, sino símbolos, un país donde la política se viste de difunta y los funerales se vuelven siempre ruedas de prensa. Se lloró, sí, pero con las manos en los bolsillos, contando votos, midiendo cuotas, esperando turno en la mesa de herencias.
Y mientras tanto, allá afuera, en los barrios que jamás entrarán en la necrológica, siguen cayendo muertos anónimos, sin sacerdote ni cámara, muertos que no recibirán réquiems ni elogios ni titulares, muertos que hacen país en silencio, mientras en la catedral primada, bajo lámparas neobarrocas, la élite se entierra a sí misma con solemnidad de ópera y tedio de misa.
Las campanas doblaron, pero no por Miguel, sino por esta Colombia fatigada, que convierte cada funeral en acto electoral, cada tumba en tribuna, cada cadáver en discurso, y que sigue, tercamente, sin saber llorar a sus hijos verdaderos.
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